Hundía mis manos en la arena y la acariciaba entre mis manos hasta dejarla caer de nuevo. Me concentraba en sentir la rugosidad de los granos de arena, al tiempo que identificaba los distintos colores que la componían: motas negras sobre el fondo marrón y destellos dorados, que casi brillaban. Acariciaba así los últimos días de verano. Me retorcía en la arena buscando su calor y su tacto rugoso. La buscaba como si no quisiera despedirme de ella.
El periodo estival había pasado como el resto del año, sin mucho sentido. No habíamos hecho la cuenta atrás para las vacaciones ni habíamos sentido el cansancio del trabajo en nuestra mente… Finalizaba el verano pidiéndole más al siguiente. Como quien vuelve a casa con las manos vacías después de haberlas tenido llenas toda la noche. La vida había pasado como la brisa del mar, apenas acariciando nuestra piel. Quisimos, un año más, vivir, aparte de existir. Pensé:
El año pasado no fue tan malo,
pensándolo bien.
El siguiente será mejor,
tengamos fe.